domingo, 22 de agosto de 2010

Carta a un Señorito en Buenos Aires

Esto surgió tras una conversación con Cami acerca de uno de los muchos significados que tiene "Carta a una señorita en París" de Julio Cortazar, así que va dedicado a vos, espero te guste.


Esa Mañana yo caminaba tranquilo por Suipacha, como de costumbre porque esa era la ruta más rápida para ir a mi trabajo, y recordé que aquella persona, esa que últimamente llenaba mis pensamientos de tiernos suspiros y de dolorosos latidos, estaba hospedada por algún lado entre Suipacha y Avenida Córdoba, así que comencé a indagar en mis recuerdos intentando rememorar dónde me había dicho que estaba parando…
“En lo de una amiga, ahí en Suipacha, a tres cuadras de Córdoba” ah sí como no recordarlo, sentí que una daga fría me atravesaba el corazón al escuchar eso, quería gritarle; quédate conmigo, en mi departamento hay espacio, pero en ese momento la voz no salió. De todas maneras aunque hubiera salido de antemano sé que hubiera dicho algo como “no es correcto” o “qué dirían tus vecinos”. 
De todas maneras desterré ese pensamiento de mi mente lo más rápido posible, recordaba que también me había comentado que su amiga se encontraba de viaje en París y que él estaba solo, lo que me generó un gran alivio “Si tenés tiempo, o ganas podes visitarme” ah esa magnífica sonrisa para un hombre tan estoico y de tan pocas palabras aquello era todo una proeza, así que decidí aprovechar esa opción que me había dado, y con una docena de medialunas en mis brazos me apresuré a llegar a la dirección mencionada.
 Cuán grande y horrible fue mi sorpresa al ver cercada por policías y ambulancias la cuadra a la cual añoraba llegar tan profundamente. No recuerdo en qué momento tiré las facturas al piso, o cuando fue que pasé por sobre los policías y me acerqué a la puerta del edificio, pero sí recuerdo como con horror caí de rodillas sobre el charco carmesí que alguna vez había sido mi amado. Lloré como creo que nunca lo había hecho, tanto por la pérdida como por lo que significaba para mí: Significaba una derrota. Significaba que sus prejuicios y parámetros importaban más que lo que yo significaba para él. Al correr la mirada vi 10 manchitas desperdigadas alrededor de él,  y un pequeño bollo blanco dentro de una maseta cercana. Me paré y me acerqué a él absorto en mis pensamientos, cuestión que en algún punto alegró a los oficiales, y al mismo tiempo sentí un calor interno que pensé que se me había sido robado al verlo tirado ahí sin vida. Me acuclille frente a la maseta y recogí con ternura lo que había dentro de ella: Un blanco conejito. No pude evitar sonreír ya que yo siempre le había dicho que él era como un conejito: blanco, puro y frágil, con necesidad de cariño e indefenso. Él siempre se reía y me reprochaba la comparación pero al mismo tiempo me miraba con nostalgia y con tristeza, como si me ocultara algo. La pequeña criaturita refregaba su hociquito contra mi palma buscando calor y cariño “igual que vos” pensé con nostalgia recordando la primera vez que nos habíamos conocido…
“Che, ¿estás bien? Casi no te veo y te llevo puesto con el auto, tené más cuidado” Esa vez estaba solo en la penumbra de la noche con un pequeño bolcito y todo el pelo revuelto y los anteojos mal puestos “¿Te llevó a algún lado? ¿Dónde vivís?” Recuerdo que levantaste la cara, y tu mirada era como la de un muerto, vacía y fría “En todos lados, y en ninguna parte” Eso era lo último que me esperaba de un indigente al que casi atropello, en ese momento sonreí y le tendí mi mano, no sé porque lo hice, pero sé que lo haría de nuevo. Luego de eso se quedó parando en mi departamento por un mes, a cambio de alojamiento me ayudaba con algunas traducciones de libros que quería leer pero no lograba conseguir –en esos momentos me sentía infinitamente feliz porque traducía solo para mí y para mi felicidad- y me cocinaba, pero siempre note algo extraño: de vez en cuando veía pelusas blancas desperdigadas por la casa y él siempre quería conservar una maseta con tréboles en el departamento. Creo que finalmente lo entiendo. Sonriendo con nostalgia tomé al pequeño conejito en mis manos, lo envolví en un pañuelo y lo puse en el bolsillo de mi campera, en casa una maseta llena de tréboles –la cual conservé de nostálgico nada más- y en el instante en que lo puse en su lugar supe que ni él ni yo estaríamos solos mucho tiempo.
Es irónico como ahora veo a los 5 pequeños conejitos –que sin duda pronto serán 6- jugando con una de las borlas de la cortina mientras escribo esta carta –que nunca va a llegar a su destinatario- y pienso que quizás vos estuviste en la misma situación, ¿acaso es morboso que eso me haga sentir feliz de alguna manera? Yo creo que sí, pero bueno sabes que a mí nunca me importaron las apariencias tanto como a vos, yo siempre quise abrazarte y tomarte de la mano en la calle, pero se que a vos no te parecía “políticamente correcto” ni a vos ni a esta maldita sociedad le parecía así, creo que no puedo culparte, pero siempre estuviste tan atado a todo, a todo menos a mí, JA! Otra ironía es que la forma en la que quiero terminar esta carta es atándome a mí mismo, a la nada y por siempre a vos.

miércoles, 18 de agosto de 2010

mil y una noches


Y sherezada se sentó a ver como el hombre que durante tanto tiempo había entretenido, y por el que poco a poco comenzó a sentir cariño, morir en sus brazos. Había logrado su cometido y su pasión y hermosas historias habían salvado su vida, tras mil y una noches de relatos el rey había muerto y ella era libre; y a pesar de saber eso no logró moverse. “¿qué es lo que voy a hacer ahora?” realmente nunca lo había pensado, ahora tenía todo el mundo por delante pero con qué sentido. Su función durante tanto tiempo había sido contar historias y hacer feliz a una persona que en el fondo era un niño triste y asustado que no conocía el mundo y aprendía moralejas y valores y crecía con cada cosa que le contaba. Y ahora que esa persona ya no estaba ella se sentía vacía, sentía que nadie valoraría sus enseñanzas y su pasión por contar historias tanto como lo había hecho el rey, y sentía que nadie sería tan buen público como lo había sido él. Y la pobre Sherezada lloró. Lloró y lloró hermosamente intentado que las lágrimas llenaran ese vacío incontenible en ella, pero nunca lo logró. Efectivamente su vida se había salvado, pero su razón de vivir había desaparecido.
Y yo pensé en aquella triste y solitaria Sherezada y me di cuenta que cualquiera de nosotros puede ser una Sherezada, y lloré. Pero también me di cuenta de que tenemos que empezar a vivir más por nosotros mismos, porque cuando empezamos a vivir para nosotros mismo logramos darle más a aquellos que nos rodean.

miércoles, 4 de agosto de 2010

El Puñal


Entró al enorme y viejo edificio, saturado de la rutina y agitado por la corrida que recientemente había realizado para llegar hasta un colectivo que nunca logró alcanzar, hizo girar la llave en la vieja y ruidosa cerradura y tras escuchar un leve y conocido sonido la empujo suavemente para entrar. Tres pisos por escaleras le aguardaban hasta llegar a su pequeño departamento, a su confortable sillón y a su vieja repisa llena de libros que posiblemente nunca se leerían. Abrió la puerta y sigiloso, como alguien que se está adentrando en un terreno desconocido o ajeno, entró en el departamento; dejó cuidadosamente la bolsa que cargaba consigo sobre la mesa del livig comedor y se dirigió al cuarto, yendo directo hacia su mesa de noche. Allí solo, como quien aguarda impacientemente a alguien se encontraba aquel elemento.


Se quedó mirando el objeto sobre la mesa, entre confundido y consternado, sin saber de dónde venía o qué propósito tenía, aunque inconscientemente quizás ya lo sabía. Se acercó y su cuerpo empezó a temblar al ver como la luz de la luna se reflejaba en el filo, casi de manera hipnótica.
Lo tomó entre sus manos y caminó hasta un espejo. Miró el arma entre sus dedos y luego su reflejo, volvió a repetir este gesto quedándose pasmado viendo a su contra parte en el espejo. "No lo harías" escuchó como un eco en su cabeza, “No tienes las agallas” sonrió y luego de un gesto rápido, todo se volvió negro.

martes, 3 de agosto de 2010

Marionetas

 Él se encontraba allí, estoico, mirando cuidadosamente a la gente que estaba a su alrededor sentada mirando al frente y con las miradas vacías en sus superficiales ojos.
Todo estaban allí sentados, parecían un montón de marionetas, vestidos todos iguales, sentados todos iguales, escuchando las mismas explicaciones sin sentido.
¿Debía ser realmente así? ¿Estamos condenados a ser marionetas para siempre? Esas eran las preguntas que lo atormentaban. La idea de que esa fuese la triste realidad no le agradaba, ni un poco. Tenía ganas de pararse y gritar con todas sus fuerzas, así todos se levantarían junto con él y gritarían por libertad, pero no podía hacerlo, su cuerpo no respondía a la orden que su cabeza le daba y que su corazón tanto anhelaba seguir.
Lo intentó de nuevo pero las palabras no salían. Estaba temblando ¿Tenía miedo? ¿Él?
Estaba tan frustrado, y al mismo tiempo no podía hacer nada, así que solo se sentó allí a vivir la misma y aburrida rutina una y otra vez, estando demasiado asustado para cambiar algo, y sintiendo que cada momento moría un poco más

Lluvia

Afuera era un frío y estruendoso día de otoño,
adentro  una cálida y apacible mañana.
Por fuera las gotas que caían creaban nuevas sinfonías y sonidos sobre cada superficie que tocaban,
dentro solo se escuchaba el sonido de mi respiración.
Al mismo tiempo esos hermosos sonidos me arrullaban y me mantenían despierta,
me incitaban a levantarme y me arrastraban hacia los confines de mi cama.
Muy a mi pesar, y aún envuelta en las colchas me levanté para terminar de tomar una decisión,
al abrir la ventana y luego de analizar el paisaje en la calle sonreí.
La lluvia, con todo lo melancólica y lo poco querida que es, a mi me trae recuerdos.
En ese momento sonreí y me saqué la colcha de en sima dejando que el frío de la ventana me cubriera,
respiré hondo y salí.
Porque me acorde que alguien muy sabio una vez me dijo,
no solo hay que esperar que pase la tormenta sino que hay que aprender a bailar en la lluvia.