domingo, 12 de diciembre de 2010

Globos

Últimamente siento que estoy colgada de unos globos, 4 o 5 como mucho, aunque pensándolo bien necesitaría un par más para sostenerme pero eso no viene al caso, la cuestión es que con estos globos vuelo, y llega un momento en el que estoy tan absorta en el volar y lo lindo que se siente que no me doy cuenta de que uno de los globos se pincha, y cuando noto que la altura baja considerablemente debido a la carencia de uno de esos objetos circulares, entro en pánico. Comienzo a pensar cuales serán las consecuencias de dicha carencia y el por qué de su rotura, parecía tan firme, confiable. De pronto me encuentro tan ensimismada de nuevo que una segunda pinchadura de globo pasa inadvertida para mis sentidos hasta que percibo como el piolín que antes se encargaba de sostener al ente gaseoso cae sobre mi mano. A ésta altura mi exaltación y nerviosismo crecen y comienzo a considerar las posibilidades que tengo, “si los globos se siguen reventando, ¿caeré sin remedio?”, ese pensamiento me hace, automáticamente, bajar la vista y contemplar la inmensidad por debajo de mis pies “definitivamente caería, pero, ¿en algún momento llegaré a tocar el suelo? ¿O simplemente seré confinada a una eternidad de caer hacia el vacío?”. Cuando la segunda opción pasó por mi mente sentí como otro globo se rompía y pensé que quizás no era tan malo caer para siempre, uno se adapta a las situaciones,  posiblemente se sienta lindo, la brisa, las nubes. Aunque analizándolo mejor es claro que eventualmente me debería ver obligada a dar con el piso, la gravedad no es ajena a nadie y no creo que yo fuera una excepción. Debido a la pérdida considerable de altura me veo atrapada en una parte del cielo que desconocía; estaba pura y exclusivamente poblada de nubes. Nubes grandes, pequeñas, esponjosas, algunas tan blancas como la nieve y otras obscuras como la más negra noche, aguardando el momento oportuno en el cual pudieran descargar todo su torrente sobre las ingenuas cabezas de los habitantes debajo de ellas. En el momento que intento alcanzar a alguna de ellas, para corroborar si efectivamente son una vía para mi salvación, siendo consistentes pero suaves permitiéndome alojarme en ellas, el cuarto globo se pincha. Fue ahí cuando comencé a pensar que quizás caer al vacío, ya sea para siempre o de manera transitoria, no era tan malo como yo pensaba. Es decir, podría ser peor. Tomemos el ejemplo de los globos: ellos no eligieron ser inflados, a pesar de ser ese su propósito, ni tampoco ser atados a unos piolines y ser confinados al viaje eterno, y creo que ellos no tuvieron nada que ver en su propio fin; simplemente sucedió. Entonces me sentí feliz, yo tenía la oportunidad de elegir mi destino. Podía optar por esperar a que lo inevitable sucediera, lo cual a juzgar por los hecho s no tardaría mucho, o podía elegir qué hacer y cómo afrontarlo. Lo medité, recapacité y simplemente deje irse al último globo y le sonreí al vacío.

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